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CURSO DE "HISTORIA DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO"

IES LAS GALLETAS. TENERIFE-ESPAÑA 2007-2008

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INTRODUCCIÓN AL BLOQUE I: LA ÉPOCA DE LA RESTAURACIÓN, 1874-1923

Cuando Martínez Campos lideró un pronunciamiento militar en Sagunto e impuso la Restauración borbónica en Alfonso XII (1875-1885), de hecho, rompía un ciclo de inestabilidad política que casi sin interrupción se había prolongado desde principios del siglo XIX. Esa inestabilidad había ido a mayores durante el Sexenio, una experiencia fracasada de modernización política y social.

El impulsor de la Restauración, Cánovas, pretendía asentar un régimen liberal de orientación conservadora, a imitación del británico: monarquía constitucional; en principio, sufragio censitario; una constitución, la de 1876, que no reconocía soberanía popular (nacional) sino compartida entre el rey y las Cortes. En el terreno religioso se volvía a la confesionalidad católica del Estado, pero con tolerancia (no libertad) hacia otras confesiones. Y finalmente la desmilitarización de la política o la despolitización del Ejército. Hasta ese momento los militares habían tenido un gran protagonismo político. Cánovas proyectó su interpretación pesimista de la Historia de España. “Español es quien no puede ser otra cosa”, frase suya que dice mucho.

En la Restauración hay tres etapas: reinado de Alfonso XII (1875-1885); regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902) y reinado de Alfonso XIII (1902-1931). No obstante, para bastantes historiadores, la Restauración como régimen concluyó en 1923, pues en ese momento el Rey deja en suspenso la Constitución de 1876 y permitió la sustitución del régimen constitucional liberal por la dictadura militar de Primo de Rivera.

Desde el punto de vista social, la Restauración se apoyó en los grupos conservadores. El carlismo, tras su última derrota, pasó a la marginalidad. La Iglesia apoyó al régimen. También contó con la aristocracia, con casi toda la burguesía, lo que se denominaba oligarquía. Los intereses españoles en Cuba también apoyaron la resistencia de los gobiernos de la Restauración a retirarse de la isla. Frente a ellos, poco a poco, creció la oposición. Los republicanos no fueron, hasta el siglo XX, un riesgo para el régimen. Más combativos fueron los nacionalismos –que cuestionaban la estructura centralista del Estado–, y especialmente el movimiento obrero. Con dificultades, el país se fue urbanizando. Los obreros se iban encuadrando en los sindicatos de clase, con la particularidad de que en España los anarquistas gozaron de más influencia que los socialistas. El campo, que sufrió el éxodo rural, contaba con la mayoría de la población. En el sur subsistió el latifundio, incluso reforzado por la desamortización, donde los jornaleros apenas subsistían; en el norte, el minifundio no era base para la introducción de los adelantos tecnológicos y aumentos de productividad.

No obstante, la Restauración mantuvo su estabilidad hasta la Guerra Hispano-norteamericana de 1898. La Regencia de María Cristina (1885-1902) sólo tuvo una situación comprometida con el Desastre del 98, la pérdida de las últimas colonias americanas y Filipinas y sus efectos. Pero la derrota abrió los ojos de una sociedad adormecida. Se constató el grado de decadencia del país, contemplar cómo España no se había incorporado con plenitud a la revolución industrial, cómo contaba con instituciones políticas y estructuras sociales caducas. El sistema de partidos se resintió. Fue una agonía que duró todo el reinado de Alfonso XIII. Las crisis de 1917 y la influencia del autoritarismo, que se extendía por Europa en la posguerra de la Primera Guerra Mundial facilitaron la irrupción del militarismo político. Primo de Rivera, dio un golpe de estado en 1923, aceptado por el rey, e instauró la primera dictadura militar moderna en España que duró hasta 1930. Fue tal el desprestigio que asumió Alfonso XIII por su apoyo al dictador que apenas unos meses después se proclamó la Segunda República.


TEMA 1: EL RÉGIMEN POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN Y SUS FUNDAMENTOS SOCIALES (1875-1902)

Tras el Sexenio, Alfonso XII (1875-1885), hijo de Isabel II, fue proclamado rey. Cánovas logró restaurar la monarquía (Restauración) y crear un sistema político similar al británico basado en la alternancia en el poder de dos partidos (liberales o fusionistas y conservadores o liberal-conservadores) y la Constitución de 1876. El régimen gozó del apoyo de la aristocracia y la burguesía. También la Iglesia y los intereses mercantiles en Ultramar simpatizaron. El pueblo llano vivía ajeno a la política y apenas participaban: caciquismo y fraude electoral.

De otra parte, como oposición al régimen, en principio sólo quedaron los carlistas, a la derecha y pronto derrotados militarmente en la Tercera Guerra Carlista, y los republicanos y los revolucionarios (socialistas y anarquistas), a la izquierda. A finales de siglo surgieron otros opositores al régimen: los nacionalismos, principalmente el catalán y el vasco. Sólo desde la crisis de 1898, con la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), el régimen perdió la estabilidad de la que había gozado ante el empuje de las fuerzas opositoras cada vez más cercanas a la realidad social progresivamente modernizada (urbanismo, industrialización, ascenso del movimiento obrero…).

1. Cánovas y la Constitución de 1876

En el Sexenio Revolucionario (1868-1874), el político conservador, Cánovas del Castillo, preparó la Restauración de la Monarquía en la persona de Alfonso XII. Para ello Cánovas consiguió que Isabel II abdicase en la persona de su hijo Alfonso, creó un partido alfonsino y, por último, redactó el Manifiesto de Sundhurst, en el que el príncipe prometía, si era proclamado rey, implantar en España un régimen constitucional y parlamentario.

Cánovas logró atraer a la causa alfonsina a parte del ejército, la burguesía catalana, la aristocracia madrileña y los círculos conservadores en Cuba a. Mientras tanto en España, disuelta por la fuerza la I República, Serrano era la cabeza visible de un gobierno provisional débil. Muchos auguraban un próximo triunfo electoral de la causa alfonsina. Ése era el objetivo de Cánovas. No obstante, Martínez Campos contravino las instrucciones de Cánovas y por medio de un pronunciamiento impuso el acceso de Alfonso XII como monarca el 1 de enero de 1875.

1.1 El Gobierno provisional de Cánovas

Entre enero de 1875 y febrero de 1876, Cánovas presidió el gobierno. Las Cortes Constituyentes fueron elegidas por sufragio universal con el fin de que todos los partidos, incluidos los opuestos a la Restauración, aceptasen el régimen. La misión de las Cortes fue elaborar una Constitución que evitara la experiencia anterior de constituciones de partido, objetivo que de hecho no se logró.

1.2. Principios de la Constitución de 1876

El punto de partida fue el reconocimiento de una soberanía compartida (Rey y Cortes), marginando la soberanía nacional (popular) y las conquistas democráticas de 1869. La Corona mantenía enormes poderes, y desde luego el ejecutivo. Las Cortes, depositarias del poder legislativo con el Rey, eran bicamerales: Congreso de los Diputados y Senado. El sufragio directo la ley electoral fijaría si era censitario o universal se empleaba en las elección de los diputados pero los senadores podían tener dos orígenes: vitalicios o de derecho propio (nobles, altos cargos eclesiásticos y del ejército), designados por el rey; y los no vitalicios elegidos por Corporaciones y mayores contribuyentes. También fue un retroceso conservador el reconocimiento de la confesionalidad católica del Estado. De otra parte hay un reconocimiento relativamente amplio de derechos individuales y libertades públicas, pero con muchas excepciones a su aplicación y sin dotar a éstos de mecanismos eficientes de garantía.

1.3 Las leyes electorales

A diferencia de lo que ocurre en casi todas, la Constitución de 1876 no fijó el tipo de sufragio. Los conservadores de Cánovas preferían el censitario y así lo recogieron en la ley electoral de 1878. En cambio, los liberales de Sagasta preferían el universal masculino y así lo reimplantaron en la ley electoral de 1890. Aunque la reforma era democratizadora, de hecho, no tuvo ese efecto. Favoreció la manipulación electoral (pucherazo, compra de votos…).

2. El turno de partidos: conservadores y liberales

2.1. Los nuevos partidos dinásticos

El sistema descansaba en la alternancia entre dos partidos: conservador y liberal. El partido conservador o liberal-conservador, tuvo como líderes más relevantes a Cánovas y, tras el asesinato de éste en 1897, a Silvela. La mayoría de sus dirigentes procedían de la antigua Unión Liberal. También contaba el partido con un sector más conservador y católico liderado por Pidal y Mon (Unión Católica).

El partido liberal o fusionista tuvo como principal dirigente a Sagasta. Muchos de sus líderes procedían de las filas del antiguo progresismo. En el partido se integraron diversas familias políticas. Destacan entre sus dirigentes Martínez Campos y políticos más radicales como Martos y Moret, estos últimos acérrimos defensores del sufragio universal. En los noventa se acabaron incorporando bastantes republicanos posibilistas, seguidores de Castelar.

Fuera de la alternancia, por tanto, como partidos de oposición no solamente al gobierno sino también al régimen, se situaban: a la derecha, los carlistas; y a la izquierda, los republicanos y el movimiento obrero revolucionarios (socialistas del PSOE y anarquistas no encuadrados en partido alguno).

2.2. Ideología y bases de los partidos

Los partidos dinásticos intentaron siempre subrayar sus diferencias pero, de hecho, compartían una base común. En primer lugar estamos ante partidos de notables, no partidos de masas. Eran partidarios de compatibilizar la libertad política con el orden social dominante burgués. Obviamente ambos aceptaban la monarquía como forma de estado, con el anhelo de los liberales de que sus competencias fueran más limitadas. Las diferencias más relevantes fueron:

• Tipo de sufragio. Los conservadores defendieron el censitario mientras los liberales abogaron por el universal. • Religión. Los conservadores eran partidarios de mantener la confesionalidad del Estado y de la supresión del matrimonio civil; los liberales, en cambio, defendían la libertad pública y privada de cultos, y poner límites a la expansión de las congregaciones religiosas. • Enseñanza. Revisión y censura de textos publicados por parte de los conservadores; libertad de cátedra y límites a la expansión de los colegios religiosos por parte de los liberales. • Prensa: los conservadores defendieron el mantenimiento de la censura previa mientras los liberales eran favorables a una libertad de prensa casi total. • Política económica: diferencias grandes. Los conservadores defendieron los intereses industriales catalanes y de los productores agrarios de Castilla por lo que abogaron por el proteccionismo. Los liberales, en cambio, se inclinaban más hacia el librecambismo, beneficioso para los consumidores, aunque también los hubo proteccionistas. • Modelo territorial de Estado: tanto los conservadores como los liberales defendieron un modelo unitario y centralista de Estado, aunque los conservadores hacían especial hincapié en la supresión definitiva de los privilegios o fueros de los vascos. • Justicia: los liberales querían reimplantar el jurado y reconocer un derecho de asociación amplio.

3. Oligarquía y caciquismo: el pucherazo

La Constitución de 1876 establecía que el poder ejecutivo residía en el propio monarca. Primero el rey encargaba al líder de uno de los dos partidos del turno la formación del gobierno. El paso siguiente consistía en la convocatoria de elecciones a Cortes. El Presidente del Gobierno, a través de su ministro de la Gobernación, tomaba las medidas necesarias para asegurarse la victoria.

El Gobierno se preparaba un resultado electoral favorable. Para ello se valía de dos instrumentos: una ley electoral favorable y contar en cada provincia con una serie de personajes poderosos (terratenientes, profesionales liberales y empresarios) que organizaban los resultados electorales contando con la colaboración de los caciques locales (señores o “señoritos” rurales de cada comarca) y la coordinación del gobernador civil nombrado al efecto. El resultado estaba fijado antes de realizarse la elección en los distritos rurales, la mayoría, donde el caciquismo era fuerte. La implantación del sufragio universal no modificó este manejo. En las ciudades, en cambio, sí había competencia, y la oposición al régimen (republicanos, nacionalistas y socialistas) podía ganar algunos escaños.

4. La oposición

4.1 Diversas posturas de los republicanos

Las familias republicanas del Sexenio entraron en crisis nada más establecerse la Restauración. Hasta principios del siglo XX no supusieron ningún peligro para la monarquía. La trayectoria de cada una fue la siguiente:

• Republicanos unitarios: se dividieron al instaurarse la Restauración. Algunos engrosaron el partido liberal dinástico. Otros, con Ruiz Zorrilla, fundaron el Partido Republicano Progresista. Hasta 1886 intentaron derribar el régimen, sin éxito. A partir de ese momento participaron en las elecciones y se reagruparon en Unión Republicana, dirigido por Salmerón. En 1895, tras morir Ruiz Zorrilla, se escindió el Partido Radical de Lerroux (Barcelona) y Blasco Ibáñez (Valencia), populistas y anticlericales. • Republicanos posibilistas: más moderados. Dirigidos por Castelar. La mayor parte de éstos se integraron en el partido liberal dinástico tras la implantación del sufragio universal y la aprobación de la ley del jurado. • Republicanismo federal: los seguidores de Pi i Margall fueron la base en parte del nacionalismo catalán de finales del siglo XIX y principios del XX.

4.2 Derrota y división del carlismo

La tercera guerra carlista, iniciada en pleno Sexenio (1872), concluyó en 1876 con la victoria del ejército de la Restauración mandado de Martínez Campos. Los seguidores del pretendiente Carlos VII huyeron de Cataluña, Navarra y el País Vasco, y se refugiaron en Francia. Durante la guerra muchos católicos y el Papa habían apoyado a los carlistas pues estaban conformes con la defensa de la soberanía real y la idea de religión católica única y oficial.

Tras la derrota, algunos carlistas como Cabrera se integraron en el sistema tras reconocer como legítimo rey a Alfonso XII. Incluso hubo carlistas que se integraron en el partido conservador. Otros, en cambio, se mantuvieron en la oposición más estricta al régimen. Pero pronto sufrieron la decepción de la tendencia posibilista del pretendiente Carlos VII, inclinado a aceptar el liberalismo. Los defensores del absolutismo y ultracatolicismo renunciaron a aceptar la autoridad del pretendiente y crearon un grupo propio bajo el liderazgo de Nocedal.

5. Cambios sociales y su influencia política

La Restauración consolidó la sustitución de la sociedad estamental por otra de clases, en la que la antigua nobleza se aburguesa y la alta burguesía, en cierta medida, se ennoblece en una España todavía fundamentalmente rural. La suma de ambas es lo que podríamos denominar oligarquía.

A la alta burguesía de finales del siglo XIX, la 2.ª Revolución industrial añadió una nueva burguesía, en contacto con banqueros, navieros, y comerciantes que se enriquecieron durante la Primera Guerra Mundial. Madrid, Cataluña y el País Vasco fueron las regiones donde se asentaron estos nuevos ricos, que desde 1900 fomentaron el asociacionismo patronal ante la presión creciente del movimiento obrero. También se fortaleció en algunas regiones (Valencia, Castilla, Aragón…) una pequeña burguesía de base agraria que apoyó con entusiasmo el regeneracionismo de Costa. Incluso algunos de sus representantes, como Blas Infante en Andalucía, defendieron una reforma agraria. Mientras tanto, la pequeña burguesía urbana y clases medias, en crecimiento, dividió su apoyo político entre partidos dinásticos y republicanos.

En el campo los campesinos siguieron siendo el grupo social mayoritario. Excepto los campesinos propietarios de tierra (Galicia, norte de Castilla, Navarra, País Vasco, Cataluña…), conservadores, los braseros del campo y los obreros industriales se oponían a la Restauración aunque su participación política fue débil.


TEMA 2: LOS PROCESOS DE URBANIZACIÓN E INDUSTRIALIZACIÓN EN LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN

0. Introducción

La Restauración fue un periodo de relativa estabilidad política, principalmente si la comparamos con décadas anteriores. España experimentó un proceso de modernización social y económica relevante pero que no equiparable al del resto de Europa occidental en el contexto de la 2.ª Revolución Industrial. El proceso de urbanización, iniciado a principios del siglo XIX, se intensificó. La economía española también se modernizó con un peso creciente de la industria en el producto interior bruto y la población activa. No obstante, el país siguió siendo predominantemente agrario y las transformaciones sociales y económicas, aunque relevantes, no afectaron a todas las regiones.

1. Crecimiento demográfico

1.1. Los movimientos naturales

La población española aumentó en el siglo XIX pero el crecimiento fue más intenso en la primera mitad del siglo que en la segunda. Así, en 1877, la población era de unos 16 millones y medio. En 1900 apenas superaba los 18 millones y medio. A principios del siglo XX se intensificó el crecimiento y en 1920 alcanzaba los 22 millones.

En comparación con el resto de Europa occidental, la población española creció menos. ¿Por qué? En primer lugar, España mantuvo una tasa de mortalidad relativamente alta –aún del 29 % en 1900– y la tasa de natalidad siguió siendo moderada (no superior al 35 % para el periodo). También la esperanza de vida era baja, apenas 35 años en 1900. En general, el país siguió sufriendo periódicas crisis de subsistencia y enfermedades epidémicas (fiebre amarilla, cólera…) y endémicas (tuberculosis, viruela, sarampión…). De hecho, una de las causas de la aceleración del crecimiento demográfico a principios del siglo XX estuvo en la reducción de la mortalidad catastrófica gracias a las mejoras de la salubridad en las ciudades y la extensión de la vacunación. También las mejoras de los transportes permitieron desplazar los excedentes agrarios a las zonas deficitarias.

1.2. Los movimientos migratorios

Las migraciones interiores estuvieron condicionadas por diferencias de nivel de desarrollo en el país. Las regiones más pobres expulsaron población que se dirigía a las ciudades (urbanización) y las regiones más desarrolladas (industria y agricultura moderna). Como consecuencia se mantuvo la tendencia de la primera mitad del siglo XIX de desplazamiento de población del norte al sur y del centro a la periferia, principalmente a la mediterránea.

Las migraciones exteriores también fueron intensas. A lo largo de la Restauración, hasta la Primera Guerra Mundial, América del Sur (Argentina, Brasil…) y Cuba atrajeron a más de un millón de personas, principalmente gallegos, asturianos, canarios y vascos. Después de la Gran Guerra, Europa se convirtió en el destino preferido.

1.3 La transformación urbana

La urbanización se intensificó durante la Restauración. La población de las principales ciudades creció a mayor ritmo. Por ejemplo, Madrid y Barcelona tuvieron crecimientos espectaculares. Barcelona cuadruplicó su población durante este periodo y Madrid casi la triplica. En 1930 cada una de estas ciudades contaba con más de un millón de habitantes. No obstante, este fenómeno no fue tan fuerte como en el resto de Europa occidental y siguió viviendo más población en el campo que en las ciudades a principios del siglo XX, en una proporción de dos a uno.

También la planificación urbanística se modificaron durante esta época. Se derribaron las murallas, aparecieron ensanches –nuevos barrios burgueses junto a las vías que se van abriendo–, suburbios periféricos para residencia de los obreros y los pueblos cercanos se convirtieron en barrios de la gran ciudad. Mejoraron las comunicaciones al aplicarse al transporte la electricidad (tren, tranvía, metro…) y el petróleo (automoción).

2. Economía y política económica

2.1. La difícil industrialización

La industrialización en España fue tardía y lenta en comparación con otros países de Europa occidental. Además estuvo muy localizada y careció de planificación. ¿Causas del desfase?:

• Los elevados costes del transporte y las deficiencias de la red viaria, principalmente de la ferroviaria. • Los costes muy altos del carbón nacional y la escasa producción energética. • Altos costes de producción industrial agravados por ineficiencia tecnológica. • Ausencia de un fuerte mercado interno a causa de la pérdida de las colonias y fundamentalmente por el bajo nivel de los salarios de la mayoría de la población.

2.2. Del librecambismo al proteccionismo

Entre 1875 y 1885 la política económica no experimentó cambios significativos respecto a la seguida durante el Sexenio, de orientación librecambista. Este periodo presenció un importante crecimiento económico, principalmente gracias a la aportación de la siderurgia vasca y la industria textil algodonera catalana. También la producción agraria (cereales, frutas de exportación…) creció bastante.

Desde 1885 el país adoptó una política económica proteccionista. El contexto internacional de crisis económica y el temor de los productores españoles a la competencia exterior condujo a la elevación de los aranceles en 1891. 2.3 Del proteccionismo al nacionalismo económico

Con la entrada del siglo XX se reforzó aún más el proteccionismo. Incluso se predicó, principalmente entre algunos regeneracionistas, la conveniencia y la viabilidad de la autosuficiencia nacional. Curiosamente los contextos colonial ―pérdida de las últimas posesiones y consiguiente remesa de capitales españoles allí invertidos― e internacional ―Primera Guerra Mundial―, favorecieron esta tendencia. También en esta época se modernizó la Hacienda pública y el sistema impositivo, y se crearon grandes empresas españolas, principalmente en el sector bancario.

3. Economía productiva

La economía española siguió siendo básicamente agraria. Aunque el excedente de mano de obra agraria impulsó la urbanización y la industrialización, no obstante, el fenómeno no fue tan intenso como en el resto de Europa.

3.1. La agricultura y la ganadería

La mayoría de la población vivía en el campo, dedicada a actividades agrícolas y ganaderas. En 1900 dos tercios de la población activa pertenecía al sector primario; en 1930, la mitad. No obstante, el campo español se modernizó algo durante este periodo gracias a la introducción, en algunos territorios y actividades, de formas de explotación plenamente capitalistas. Pero en términos generales el campo español no se modernizó. Se mantenían sistemas de explotación, cultivo y técnicas tradicionales. Los beneficios de los propietarios sólo se podían obtener con salarios bajos. La injusticia social que se vivía en las regiones latifundistas era tan grande que muchos exigían realizar una reforma agraria que modificase el régimen y el tamaño de las propiedades heredadas de la desamortización.

El aumento de la superficie agrícola cultivada ―principalmente cereales, vid y olivo― fue a costa de prados, pastizales y cañadas, lo que perjudicó a la ganadería. La productividad agrícola aumentó poco. Se introdujeron algunos cultivos: remolacha ―para sustituir a la caña de azúcar tras la pérdida de Cuba―, millo, algodón y algunas frutas y hortalizas de exportación como las naranjas en Valencia y el plátano, el tomate y el tabaco en Canarias.

3.2. La riqueza minera

La producción minera española era muy importante en el contexto europeo, tanto por su cantidad –en algunos minerales como el cobre o el plomo el nivel de producción era líder en el continente– como por su variedad e importancia estratégica. El cénit se logró en la década de 1910 con aproximadamente 1/3 del valor de las exportaciones españolas. No obstante, la mayor parte de las concesiones mineras pertenecían a empresas de capital extranjero y salvo en el caso de Vizcaya apenas contribuyó esta riqueza a mejorar el desarrollo industrial español.

3.3. La industria

Desde mediados del siglo XIX se aprecia una concentración de la industria en tres regiones: Cataluña, Asturias y País Vasco, especialmente en Vizcaya. Ya durante la Restauración se produjo un incipiente desarrollo industrial en Madrid. El resto del país vivió ajeno en gran medida a la industrialización.

Cataluña mantuvo su pujanza textil. Este avance coincidió con el hundimiento de la industria sedera (Valencia) y del lino (Galicia). Las fábricas textiles de algodón eran de propiedad familiar (Batlló, Güell, Muntadas, Rius…). La pérdida de Cuba supuso un revés que sólo se superó con la Primera Guerra Mundial. También Cataluña se desarrolló en otros sectores: locomotoras, automovilística, producción eléctrica y distribución de gas…

En Asturias los hermanos Duro instalaron las primeras fundiciones de hierro con carbón asturiano: en 1900 aparece la siderúrgica Duro Felguera. De otra parte, en Vizcaya se produjo una gran concentración de capital gracias a la reinversión de los beneficios de la explotación del hierro. Se fundaron bancos, navieras y siderúrgicas. Tres empresas siderúrgicas dieron lugar, por fusión, a Altos Hornos de Vizcaya, especializada en la producción de acero. También a se produce el boom de empresas navieras y astilleros vascas: Sota y Aznar, Astilleros del Nervión, Euskalduna…

Durante la Restauración también llegaron a España adelantos técnicos de la Segunda Revolución Industrial. Entre éstos están la aparición del alumbrado eléctrico urbano en Madrid y Barcelona, y la introducción de la industria química: la empresa Cros en el barrio barcelonés de Sants, especializada en la producción de ácido sulfúrico.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) tuvo un efecto favorable en la industrialización gracias a la neutralidad mantenida por España. Aunque el suministro de bienes de equipo fue problemático, aumentó la exportación de bienes manufacturados, hasta entonces poco competitivos en el exterior. Tras el convulso periodo político comprendido entre 1917 y 1923, de gran conflictividad social, la industria recuperó un impulso durante la dictadura de Primo de Rivera, principalmente aquellos sectores más vinculados a las obras públicas y las comunicaciones.


TEMA 3: EL REGIONALISMO Y EL NACIONALISMO. EL MOVIMIENTO OBRERO

0. Introducción

Junto a los republicanos burgueses, débiles en un principio pero ya bastante fortalecidos durante el reinado de Alfonso XII, los nacionalistas (catalanes y vascos) y las organizaciones obreras (anarquistas y socialistas) constituyeron fuerzas de oposición relevantes en la Restauración. En el caso nacionalista, la oposición al régimen se fundamentaba en el rechazo al modelo unitario y centralista de Estado, poco sensible a la diversidad cultural de España y resistente a la pujanza económica de territorios como Cataluña y el País Vasco. De otra parte, el movimiento obrero español se caracterizó por una evolución peculiar respecto al europeo, en parte debido al atraso de la industrialización: debilidad socialista frente al anarquismo, ausencia casi total de diputados obreros en las Cortes, lenta conquista de mejoras sociales, laborales… La participación de ambos movimientos, especialmente de los socialistas, fue determinante en la caída de la Restauración en 1931.

1. El inicio de los regionalismos y los nacionalismos

El Sexenio Revolucionario fue un periodo de reivindicación de autonomía por parte de algunas regiones. Es cierto que esas experiencias fracasaron, de modo especial el proyecto de República federal, pero durante la Restauración subsistió el anhelo, asociado a la recuperación de la lengua y la cultura oprimidas ante el carácter cada vez más dominante de la lengua y cultura castellanas. También había una oposición cada vez mayor al Estado unitario centralista de la Constitución de 1876.

1.1 Caracteres regionalistas

Los primeros movimientos nacionalistas de fines del siglo XIX se plantearon en Cataluña y País Vasco. Ambas regiones tuvieron un desarrollo industrial superior al resto de España. Un elemento común a catalanes, vascos y gallegos es la definición de su hecho diferenciador por parte de intelectuales nacionalistas, territorios que mantenían sus propias lenguas y el recuerdo de su diferenciación histórica, normalmente remontándose a la Edad Media. En Cataluña y Galicia, además, un grupo de escritores y artistas defendieron el catalanismo a través de la Renaixença y el galleguismo a través del Resurdimento. En Cataluña y el País Vasco el nacionalismo tuvo relevancia política notable, no así en Galicia donde el movimiento se limitó en gran medida al ámbito cultural y el galleguismo político apenas alcanzó fuerza electoral.

1.2. El origen del nacionalismo vasco

Una consecuencia de la Tercera Guerra Carlista de gran trascendencia para las provincias del País Vasco y Navarra fue la promulgación de la Ley de 1876 que limitó el régimen foral. Se obligó a vascos y navarros a cumplir el servicio militar y contribuir con impuestos similares a los que se pagaban en el resto de España, aunque se mantuvo un régimen privilegiado de conciertos económicos especiales.

El gran desarrollo de la banca y de las industrias siderometalúrgica y naval crearon una importante clase media-alta vasca y un nuevo proletariado urbano, este último en su mayoría procedente del resto de España. Poco a poco se rompe la imagen tradicional vasca ultraconservadora, carlista y católica.

Frente al avance del liberalismo en las ciudades, la reacción vino del medio rural, tanto desde el carlismo como del nuevo nacionalismo. Los valores tradicionales vascos, por contraposición a los españoles, fueron defendidos por Sabino Arana, intelectual y fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en 1895. Su ideología, inicialmente denominada bizcaitarrismo, es prácticamente una herencia del carlismo: ultracatolicismo, oposición a la inmigración, defensa de los fueros perdidos. Eso sí abandonaron la defensa absolutista y ahora apoyan el independentismo… A principios del siglo XX, no obstante, el PNV, ya con cierto apoyo entre burgueses urbanos, adoptó un programa más moderado y se conformó con pedir autonomía.

1.3. El renacimiento del catalanismo

El catalanismo de la Restauración es heredero del federalismo republicano de Pi i Margall, que Almirall volvió a revitalizar a principios de los ochenta del siglo XIX con el periódico Diari Catalá y la celebración del Primer Congrés Catalanista, donde se redactó el Memorial de Greuges dirigido a Alfonso XII en defensa de los intereses catalanes.

En los noventa el movimiento experimentó un impulso, principalmente entre propietarios rurales y la burguesía urbana. En 1892 líderes catalanistas redactaron las Bases de Manresa, embrión de distribución de competencias entre el Estado español y Cataluña con vistas a un Estatuto de autonomía que nunca llegó a aprobarse durante la Restauración. No obstante, el mayor hito fue en 1901 cuando los catalanistas ganaron las elecciones a Cortes en Cataluña, núcleo fundador del partido catalanista conservador: La Lliga Regionalista, de Cambó y Prat de la Riba.

1.4. Los nacionalismos vasco y catalán durante el reinado de Alfonso XIII

Se confrontaron claramente dos trayectorias durante este periodo. Mientras el nacionalismo vasco, a la vez que amplió su apoyo electoral, moderaba su programa, el catalanismo, en cambio, se radicalizaba.

El PNV logró sus primeros triunfos electorales en Vizcaya a partir de los años diez y en Guipúzcoa en los veinte. Pronto se granjeó el apoyo de algunos burgueses (Ramón de la Sota), hasta entonces opuestos al nacionalismo. En 1919 Gallastegui lideró una escisión independentista, superada en 1930.

En Cataluña surgieron grupos políticos cada vez con mayor respaldo que compatibilizan claramente el nacionalismo con el republicanismo. Los nacionalistas catalanes se oponían al Estado, unitario y centralista, y especialmente con algunas de sus instituciones, como el Ejército: supuestas ofensas por el diario ¡Cu-Cut! , destrozos de los locales de ese diario y de La Veu de Catalunya, promulgación de la Ley de Jurisdicciones, etc.

No obstante, entre 1901 y 1917, la Lliga Regionalista (Cambó) ejerció el monopolio del catalanismo burgués y practicó el pactismo con los partidos dinásticos, con pobres resultados. El único relevante fue la creación en 1914 de la Mancomunitat de Catalunya, órgano administrativo de coordinación de las cuatro diputaciones. Todo cambió en 1917 cuando surgió un catalanismo republicano y de izquierdas: Partit Republicà Català (Companys), Esquerra Catalana y el independentismo de Estat Català (Maciá). En 1922 confluyen en Esquerra Republicana de Catalunya.

2. La evolución del movimiento obrero

La situación de los asalariados españoles apenas mejoró durante el último cuarto del siglo XIX. En ese periodo los salarios subieron un 30 % mientras los alimentos de primera necesidad aumentaron de precio en un 70 %, tendencia opuesta a la vivida en otras zonas industriales de Europa donde los obreros ganaron poder adquisitivo. Tampoco mejoraron mucho las condiciones de trabajo: larga jornada laboral, ausencia de protección social, trabajo infantil…

De otra parte, durante la Restauración las diferentes organizaciones obreras conocieron una etapa de notable expansión. En general, se beneficiaron del final de las limitaciones a la asociación sindical y disfrutaron de una amplia permisividad gubernamental y legislativa. A partir de 1890, comenzó a celebrarse el Primero de Mayo con actos públicos masivos y de reivindicación política y social. Tal como ya se había apuntado desde el Sexenio, el anarquismo siguió teniendo un peso muy superior al del resto de Europa. También se fortaleció sindical (UGT) y políticamente (PSOE) el socialismo. La novedad la aportó ahora la irrupción, minoritaria, de sindicatos católicos.

2.1. Los anarquistas

En 1881 los anarquistas crearon la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Afilió a unos 60.000 trabajadores, casi todos de Cataluña y jornaleros andaluces. Poco duró esta organización confederal pues dos años después fue disuelta. Sin organización hasta 1910, el anarquismo español avanzó con fuerza. Gozaron de la simpatía de intelectuales (Pío Baroja, Unamuno, Azorín…). Los anarquistas promovieron un desarrollo integral del hombre. Su actuación trascendió más allá del ámbito laboral: redacción de libros, campañas de alfabetización… Tenían en común su rechazo a toda forma de organización jerárquica o vínculo perpetuo (Iglesia, matrimonio, herencia, ejército…). Se opusieron a su organización en partidos políticos y también al ejercicio del sufragio. El objetivo era la eliminación de la propiedad privada, el Estado y el desarrollo completo de la libertad individual.

En España, igual que en el conjunto del movimiento ácrata internacional, coexistieron las corrientes anarcosindicalista y anarcocomunista. Los primeros propugnaron una actuación obrera colectiva y mínimamente organizada, propagandística y reivindicativa, dentro de la legalidad y centrada en la lucha por la obtención de mejoras laborales parciales. La revolución surgiría cuando las condiciones de organización obrera y de deterioro del capitalismo y del Estado la hicieran posible. Los anarcocomunistas, en cambio, mostraron su preferencia por el terrorismo individual, la lucha clandestina y el uso de la violencia para impulsar una revolución inmediata.

El terrorismo anarquista, presente a nivel internacional, también se dio en España, principalmente el magnicidio. En Barcelona atentaron en el Liceo (22 muertos). Cánovas fue asesinado por Angiolillo; Maura sufrió un atentado grave; durante la boda de Alfonso XIII (1906) murieron 23 personas que asistían al paso del cortejo nupcial.

2.2 Los socialistas

La corriente marxista (seguidores de Marx, Engels…) se organizó alrededor de trabajadores de imprenta madrileños. En 1878 crearon el PSOE (partido) y en 1888 UGT (sindicato). Su líder fue Pablo Iglesias, hasta su muerte en 1925. Las propuestas doctrinales más importantes del socialismo español fueron: destrucción del capitalismo, conquista del poder político por la clase obrera a través de la revolución, socialización de la propiedad privada, anticolonialismo, antimilitarismo y oposición a los métodos terroristas.

El socialismo español fue más débil que sus movimientos homónimos de buena parte de Europa. En las elecciones a Cortes Generales de 1901 el PSOE apenas logró 25.000 votos. La UGT hacia 1902 sólo contaba con 30.000 afiliados.

2.3. El sindicalismo católico

La Iglesia católica española, igual que en otros países, impulsó la creación de organizaciones obreras, algunas incluso tuteladas por los mismos patrones, caso por ejemplo del marqués de Comillas. El objetivo era evitar la lucha de clases y combatir el materialismo y el anticlericalismo entre los obreros. Tomaban como base doctrinal la crítica al capitalismo que hizo el Papa León XIII en la encíclica Rerum Novarum. Apenas tuvieron éxito entre los trabajadores industriales pero sí penetraron entre los campesinos de algunas regiones: Castilla, Aragón…

2.4. Grupos de oposición proletaria durante el reinado de Alfonso XIII

Durante los primeros años del siglo XX todavía quedaban grupúsculos terroristas pero el sector mayoritario del anarquismo (Pestaña, Seguí…) se distanció de la violencia y adoptó una actuación más sindicalista. En 1910 se creó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Su crecimiento fue espectacular. Hacia 1920 contaba con 700.000 afiliados, principalmente en Cataluña, Andalucía Aragón y Levante. De otra parte el sindicato socialista creció, aunque no llegó a contar con el número de afiliados de CNT: la UGT contaba en 1920 con 250.000 afiliados, principalmente en Vizcaya, Asturias y Madrid. La crisis previa a la dictadura de Primo de Rivera y la dictadura misma, debilitaron el movimiento obrero al limitarse el ejercicio de libertades como reunión o huelga.

La lucha política siguió siendo exclusiva del PSOE y tuvo menos éxito que la sindical. El PSOE ganó su primer diputado en las Cortes en 1910. Nunca alcanzó la decena de escaños durante todas las elecciones de la Restauración, en parte debido al fraude electoral. No obstante, los socialistas colaboraron con otros grupos opuestos a la Restauración, principalmente con los republicanos. Esta alianza fue eficaz para la caída final de la Monarquía.


TEMA 4: LA CRISIS DEL 98 EN ESPAÑA. CAUSAS Y CONSECUENCIAS

0. Introducción

La pérdida de las últimas colonias americanas y de Filipinas en 1898 supuso un revés para España. La decadencia del siglo XIX, su difícil adaptación a la modernidad, principalmente a la económica (industrialización), tenía reflejo precisamente cuando el prestigio de cualquier potencia y sus posibilidades de crecimiento pasaban por disponer de colonias donde comprar materias primas baratas y vender sus manufacturas industriales. La Restauración se tambaleó pero no cayó, eso sí, siguió viendo cómo la oposición aumentaba su influencia. El pesimismo sobre el futuro del país se extendió. Desde el punto de vista económico fue un revés considerable.

1. Antecedentes en Ultramar de la Guerra Hispano-norteamericana

1.1. Las dos primeras guerras de Cuba

La Primera Guerra de Cuba (1868-1878) enfrentó a los españolistas con parte de la burguesía criolla y la guerrilla de mestizos y negros liberados de la esclavitud. La Paz de Zanjón (1878), firmada por Martínez Campos con los sublevados, no resolvió el problema: se amnistió a los alzados, pero no se cumplieron las promesas de autonomía. En 1879 estalló la Segunda Guerra de Cuba. El levantamiento fue breve y reprimido por el Ejército español con dureza.

1.2. Situación económica en Cuba y Puerto Rico

Pese a la inestabilidad, Cuba prosperó durante la Restauración. La esclavitud se suprimió pero los negocios peninsulares fueron rentables. En 1876 se fundó el Banco Hispano-Colonial con capital cubano y el procedente de las exportaciones catalanas a la isla. La oligarquía peninsular (indianos) amasó fortunas y la prosperidad atrajo la inmigración. De otra parte, también aumentó la inversión norteamericana. En 1895 un 92 % de la producción de azúcar de caña se exportaba a EE.UU.

En Puerto Rico, en cambio, la presencia norteamericana era menor. Aquí el dominio lo ejercían familias españolas, principalmente catalanas y mallorquinas, dedicadas al café y la caña de azúcar.

1.3. Situación política en Cuba y Puerto Rico

La población de Cuba, unos dos millones hacia 1895, se encontraba dividida entre españolistas e independentistas. Los grupos políticos que existían eran los siguientes: • Unión Constitucional. Españolistas, opuestos a la concesión de autonomía. Latifundistas y negociantes, tanto españoles como cubanos. Gozaron del apoyo del partido conservador. • Partido Autonomista. Españolistas pero críticos con la administración colonial. Partidarios de un régimen amplio de autonomía. Apoyo urbano (clases medias) y en Madrid del partido liberal. • Partido Revolucionario Cubano. Independentistas. Grupo fundado en 1892 por José Martí, quien posteriormente lideró la insurrección.

En Puerto Rico la causa independentista gozó de poco apoyo popular. El partido hegemónico era el Partido Incondicional Español, ultraconservador.

1.4. La presión política norteamericana y los intentos de reforma política colonial en Cuba

Las apetencias de varias potencias por Cuba no son nuevas: Gran Bretaña y EE.UU. A partir de los años noventa, exclusivamente los norteamericanos. Con base en la doctrina Monroe, criticaban la pervivencia de colonias europeas en América. Los presidentes Cleveland (1893-96) y McKinley (1897-1900) manifestaron su deseo expansionista en el Pacífico y el Caribe. Cleveland incluso entabló negociaciones secretas con Cánovas. Posteriormente McKinley llegó a plantear la compra de la isla, sin éxito. Mientras tanto los EE.UU. apoyaron formalmente la causa independentista. En Filipinas los Estados Unidos también tuvieron ambiciones territoriales. Tras la adquisición de Alaska y Hawai, los norteamericanos rivalizaron con los europeos por vender sus productos industriales en el enorme mercado chino.

Entre la Segunda (1879) y la Tercera Guerra de Cuba (1895-1898) se intentaron aplicar varios proyectos de reforma con el objetivo de pacificar la isla. El más ambicioso fue el proyecto de autonomía (1893) del ministro de Ultramar, Maura. Contó con la oposición de la Unión Constitucional y los independentistas. En las Cortes tampoco prosperó.

2. La Tercera Guerra de Cuba (1895-1898) y las crisis de Puerto Rico y Filipinas

La tercera y última guerra de Cuba empezó en 1895 con el grito de Baire. Los líderes independentistas fueron Maceo y Gómez, al que se incorporó José Martí. Los mambises (guerrilleros independentistas), que gozaban de apoyo campesino, interrumpieron las comunicaciones interiores y eludieron el combate directo. La manigua era un terreno apropiado para las emboscadas a las tropas españolas, numerosas pero mal equipados y adaptadas, y con moral baja. Murieron más soldados por enfermedades que por bajas de guerra. Los métodos de combate seguidos por los españoles dirigidas por Weyler, principalmente la reconcentración forzosa de civiles, fueron criticados por inhumanos. Los insurrectos gozaron con apoyo logístico norteamericano y la simpatía de su opinión pública.

Entre 1896 y 1897, también se produjeron rebeliones en Filipinas y Puerto Rico, aunque de gravedad menor a la cubana. En Filipinas los españoles lograron pacificar la isla por el momento tras el fusilamiento de sus principales dirigentes: Bonifacio y Rizal.

3. La Guerra Hispano-norteamericana y la liquidación colonial

Al inicio de 1898 la situación era desesperada para los españoles. El Presidente del Gobierno, Sagasta, destituyó a Weyler y concedió la autonomía a Cuba. Pero EE.UU planteó directamente la compra de Cuba, lo que España rechazó. Entonces el presidente McKinley decidió intervenir militarmente como valedor de los independentistas.

El incidente que el gobierno de EE.UU. invocó para declarar la guerra fue la voladura del acorazado Maine fondeado en La Habana durante febrero de 1898. EE.UU. culpó a España, con el respaldo de su prensa sensacionalista. El ultimátum norteamericano, cuyo cumplimiento implicaba la inmediata retirada española de Cuba, fue mal recibido por España. Aunque el gobierno de Madrid era consciente del desastre que suponía aceptar la guerra, el ejército impuso su criterio belicista. Se temía que una retirada provocase un golpe militar y la caída de la Restauración.

3.1. La Guerra Hispano-norteamericana

La guerra fue un paseo militar para EE.UU. pues la armada española quedó destruida en dos enfrentamientos navales: Cavite (bahía de Manila) y Santiago de Cuba. Los norteamericanos desembarcaron con facilidad en Puerto Rico. Pese a los reveses, todavía algunos militares se empeñaban en seguir el combate, principalmente Weyler. Pero Sagasta optó por aceptar un armisticio pues había riesgo de que EE.UU. atacase Canarias y puertos peninsulares.

3.2. Tratado de Paz de París

Gracias a la mediación francesa, España y EE.UU. negociaron y firmaron un tratado de paz. España cedió a EE.UU. Puerto Rico ―actualmente Estado asociado―, Filipinas ―ocupado hasta 1946― y Guam (Pacífico). Cuba formalmente adquirió la independencia en 1902 pero estuvo sometida a la influencia norteamericana durante medio siglo más.

4. Consecuencias del Desastre de 1898

La derrota de 1898 supuso la pérdida definitiva del imperio colonial americano. En gran medida fue la constatación de que España no era ya potencia alguna y su posición no era de dominio, sino de subordinación. Los avances políticos y económicos del siglo no se habían incorporado al país de modo eficiente. ¿Qué fallaba? Ahí hubo una importante reflexión por parte de reformistas e intelectuales: regeneracionistas políticos y sociales, intelectuales de la Generación del 98… En todo caso, más que soluciones, influyeron en la extensión de un pesimismo colectivo.

4.1. Crisis política

La derrota estuvo a punto de provocar un golpe de estado encabezado por el general Polavieja. No obstante, la Restauración sobrevivió. Se produjo un reforzamiento de los partidos de oposición al régimen como los nacionalistas vascos y catalanes, los republicanos y el movimiento obrero. El anticlericalismo también avanzó y el Ejército pasó a ser una institución bastante desprestigiada a la vez que aumentó su tendencia al intervencionismo político.

4.2. El Regeneracionismo

El Desastre del 98 precipitó el surgimiento de un movimiento de protesta liderado por las Cámaras de Comercio y Agrícolas. El movimiento de los pequeños productores ―clases neutras o medias― estuvo liderado por Joaquín Costa (Regeneracionismo). El objetivo era superar el anquilosamiento que sufría el país, principalmente su economía, por culpa del mal funcionamiento del sistema político. Se agruparon en la Liga Nacional de Productores. Incluso desafiaron al régimen, sin éxito, con una huelga de contribuyentes. En 1900 el movimiento estaba muy debilitado pero sí dejó una herencia pesimista, la de una nación capaz de reconocer sus problemas pero incapaz de superarlos.

4.3. Política exterior

España perdió sus colonias en una época en la que el colonialismo era la demostración del poderío de un país. En 1899 se liquidaron los restos coloniales del Pacífico (Marianas, Palaos y Carolinas) con su venta a Alemania. Sólo a principios del siglo XX España recuperará cierto impulso colonial con su expansión en Guinea Ecuatorial, Río de Oro (Sáhara Occidental) y norte de Marruecos (protectorado de Marruecos), siempre desde la subordinación a Francia.

SE CONTINUARÁ EDITANDO EL TEMARIO...